Fue la hija única, de una pareja de padres millonarios. Protagonista de una historia sinigual. Lujo, riquezas, todo un palacio el lugar donde vivía. Sin embargo, su alma de niña fría y solitaria...
Las manos de su madre nunca se entregaron a una caricia, a arroparla, ni sus labios a besar su frente. Su madre tomó una decisión, tocaría el arpa, y a su hija la dejaría en manos de la servidumbre. Delia, nombre que me evoca, lejana tristeza, nostalgias de amor... vida incompleta.
Eran grandes los pasillos, e innumerables las habitaciones. La servidumbre, no escaseaba y el dinero se desbordaba por las paredes de su mansión. Sin embargo, aunque ella amara las letras, no podía estudiar... "¿para qué?" decía papá... "si eres rica y nunca necesitarás de nada"... Vivió en un mundo de contradicción, y su alma rebelde nunca pudo entender, porque, teniendolo todo, nunca tuvo nada...
El aciago día llegó, en que la dicha y la fortuna se terminó... y las artes que había aprendido de su nana, la sirvienta, le sirvieron para salir adelante en la vida. A mi tierna edad, me contaba de las historias, de elaborar sombreros, de elaborar dulces, de trabajar para otras personas... del despojo que fue víctima por su propia familia, de haber perdido todo y quedarse con las manos vacías... de pasar la mitad de su vida, buscándose el sustento, para ella, sus hijos y hasta sus nietos.
Y a sus años dorados, cuando la vida la hizo mi abuela, me contaba con lágrimas en los ojos, del opulento mundo donde vivió... como añoranzas... como deseos sin completar... y se atisbaba en su mueca una sonrisa... recordando los tiempos de muñecas con cara de porcelana... de fuentes de champagne... de vestidos de poi de suá... en fiestas esplendorosas... esas... que nunca volvió a vivir...