Me imaginaba sus ojos en la noche, tecleando sin cesar... esperando las respuestas que nos hacían suspirar. Era recio, maduro experimentado... era un León. Era el príncipe de Granada, el de los besos pícaros, y las caricias robadas. El que me enseñó a querer a la distancia, a soñar, y a caerme de las nubes también.
Su fortaleza eran las palabras, enamoraba, embelesaba, era romántico y soñador... Caballero, altivo, hombre de poder... era eso que todas las mujeres soñamos, ese príncipe, ese señor. Era Don Señor. Ahi aprendí que se puede mentir muy bien... y salir corriendo como un cobarde, cuando las cosas... ya no se pueden continuar...
Salud, Príncipe de Granada!
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