De niña todas las tardes, me iba a la casa de doña Grace, una mujer sumamente elegante, y juntas, sacábamos sus Vanidades, y empezábamos a leer. Ella me hablaba de sus hijos, de sus nueras, de sus nietitos. Me enseñaba los bordados tiroleses que les hacia a los chiquitos, para ponerlos en sus pantaloncitos cortos de gabacha.
Y de pronto empezaba la magia, se hablaba de la Callas, del Onassis. Que si la Grace Kelly era feliz o no. Que si la Audrey era la más bonita de todas las princesas de Hollywood. Que si la Carolina de Mónaco sería feliz con Phillipe Junot... o si encontraría a alguien que le amara de verdad. Tardes largas, acompañadas de cafecito y galletas. Y su rostro hermoso, altivo, una reina. Para mi ella era la Señora Glamour. La que me enseño, que la elegancia en una mujer es vital. Sus pelos grises y su rostro de gran señora, eran mi admiración.
A mi Dios en la vida me dió muchas abuelas, ella lo fue por un momento... y me sentía la princesa del cuento, cuando entrábamos en nuestra sesión de cotilleo diario. Cuando, la soledad era mucha para ella, y mi curiosidad de niña lo abarcaba todo. Salud Doña Grace!
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